Hace aproximadamente un millón de años que el Homo sapiens
camina sobre el planeta. En toda su historia, ha sido recolector y cazador y se
ha alimentado de lo que encontraba en la naturaleza para sobrevivir. Solo en
los últimos 10 000 años, a partir del nacimiento de la agricultura, se ha hecho
sedentario y ha comenzado a alimentarse de granos, cereales, harinas y otros
productos elaborados y cocinados. Diez mil años, en términos de evolución
biológica, son muy poco, casi nada comparados con los restantes novecientos
mil. Por eso sucede que el organismo humano no está totalmente adaptado para
digerir y asimilar ciertos alimentos artificiales. Estos producen alteraciones
en el funcionamiento digestivo y en los tejidos y órganos. Si los nutrientes
forman moléculas muy grandes que el cuerpo no puede asimilar, la reacción del cuerpo es
como ante una invasión de bacterias o virus: el sistema inmune se pone en
marcha. Las células, previniendo una intoxicación, retienen agua y se hinchan.
Así se produce un estado general de inflación y alerta en el cuerpo. Este
estado, mantenido de forma continua durante mucho tiempo, consume mucha energía, acaba por deteriorar
la salud y se manifiesta en diversos trastornos: malas digestiones,
estreñimiento, gases, alergias, problemas de la piel, hipertensión, exceso de
colesterol en sangre, edemas, insuficiencia renal…
Todo esto, ¡producido por la alimentación! De ahí que cada
vez más médicos y nutricionistas señalen la dieta del hombre prehistórico como
una alternativa para mejorar la salud. Lo que el hombre comía en su estado
natural, como cualquier primate, es lo que realmente nuestro organismo está
preparado para asimilar.
Los expertos en el tema también hablan de la dentadura y el
aparato digestivo humano. Los dientes señalan muy bien qué clase de comida es
la más adecuada para nosotros. Tenemos 8 incisivos, dientes planos y cortantes
idóneos para cortar frutas. Después, tenemos 16 molares, para masticar y
triturar fibras vegetales. Y finalmente tenemos solo 4 colmillos, y no muy
afilados, para desgarrar carne de pequeños animales. En cuanto a nuestro
sistema digestivo, tenemos un estómago de tamaño pequeño con ácidos y enzimas para digerir
proteínas, grasas y azúcares y un intestino largo para digerir azúcares, grasas
y, finalmente, procesar la fibra, que ayuda a mantener la flora intestinal y a
retener el agua necesaria para la digestión.
Por tanto, los dientes y nuestros órganos digestivos nos
indican el tipo de dieta natural para el ser humano: principalmente frutas,
semillas que se puedan partir con las manos, tubérculos, raíces, vegetales de
hoja y de tallos tiernos y, puntualmente, algo de proteína animal. No somos
como los grandes carnívoros que desgarran animales crudos. En realidad, el
hombre comenzó a comer carne cuando se desplazó a zonas frías donde había
escasez de vegetales comestibles y tuvo que cazar, aprendió a dominar el fuego
y gracias al asado pudo consumir carne más tierna. La cocción permitió que
también la pudieran tomar niños y ancianos con dientes frágiles. En zonas
marítimas o fluviales la fuente animal de proteínas fue el pescado, el marisco,
los moluscos y, en las selvas, los gusanos e insectos.
A partir de la dentadura y nuestro sistema digestivo, los
médicos expertos en el tema apuntan a que el 85 % de nuestra dieta debería ser
de origen vegetal, incluyendo una buena parte de verduras y frutas crudas. El
15 % puede ser de origen animal, optando por las carnes, pescados y huevos
(alimentos sin procesar). Los cereales deberían tomarse con mucha moderación ―no todo el mundo está bien preparado
para digerirlos―. Y los
lácteos quedarían eliminados, salvo el yogur porque es leche pre-digerida. Las
harinas y los lácteos son causantes de las múltiples intolerancias que están
surgiendo cada vez más al gluten y a otros productos.
¿Cuál es la dieta prehistórica? Justamente esta: la que
incluye solo alimentos tal como los podemos encontrar en la naturaleza, es
decir, animales y plantas. Lo preferible, siempre, es que tanto la carne como
los vegetales sean de origen ecológico para evitar las intoxicaciones químicas.
Con esta dieta no hay problemas de carencias nutricionales
ni de sobrepeso, porque no engorda. Puede incluso revertir los procesos de
inflamación y diversas patologías causadas por los malos hábitos alimentarios.
Para animar y enriquecer esta dieta, podemos echar mano de
las especias, las hierbas aromáticas y el aceite de oliva virgen prensado en frío.
Además, hierbas y especias tienen muchas propiedades de las que hablaremos en
otras ocasiones.
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