domingo, 30 de marzo de 2014

La tríada letal - 3

La tercera sustancia de la tríada letal es el conjunto de las llamadas grasas hidrogenadas, entre ellas están las famosas “grasas trans”.

De entrada, hay que decir que las grasas son necesarias. Algunas, como los omega 3 y 6, son imprescindibles. Nuestro cuerpo necesita grasas para funcionar, no solo como fuente de energía sino en los procesos metabólicos. Las células de nuestro cerebro están formadas en un 40 % por grasa. Las hormonas y otras sustancias también tienen grasas en su composición.

Ahora bien, hay grasas y grasas. Y algunas de ellas son muy peligrosas pues bloquean nuestras venas y arterias, endurecen y destruyen las membranas celulares, colapsan el metabolismo de las células y pueden llegar a provocar trombosis, hemorragias, infartos, etc.

Una bomba de relojería


Las grasas hidrogenadas son aceites a los que se ha añadido hidrógeno para darles mayor consistencia. Son las grasas presentes en: margarinas, pastelería industrial, muchos alimentos procesados, como embutidos, conservas, salsas… Están prácticamente en todas partes. Inconscientemente, estamos ingiriéndolas muy a menudo y en cantidades importantes. Madres: alerta a las hamburguesas, patatas fritas y donuts que comen vuestros hijos. Pueden desarrollar a edades tempranas obesidad, diabetes, hipertensión e incluso sufrir un infarto antes de llegar a los treinta.

Las grasas hidrogenadas, como el azúcar, son muy adictivas, pues dan textura, jugosidad y sabor a los alimentos. Pero lo que es agradable al paladar es una bomba de relojería en el organismo.

Entre otros efectos, las grasas hidrogenadas aumentan los niveles del llamado “colesterol malo” o LDL (lipoproteínas de baja densidad), produciendo acúmulos que obstruyen los vasos sanguíneos. Por tanto, su consumo es un factor de riesgo cardiovascular. Algunos estudios también las relacionan con diversos tipos de cáncer y con la diabetes. Estas grasas incluso pueden agravar trastornos emocionales como la depresión. Y algunas investigaciones muestran un claro vínculo entre el Alzheimer y el consumo de grasas trans.

La grasa que no se consume se acumula. ¿Dónde? En primer, lugar, bajo la piel (los típicos michelines, cartucheras, etc.). Después, sobre los órganos. Y aquí ya es más delicado, pues mucha grasa puede oprimir órganos vitales, como el hígado, el estómago, los intestinos, los pulmones… Es la grasa abdominal (curva peligrosa). Otros lugares: la sangre. Si circula en mucha cantidad, la grasa se va depositando en las paredes de las venas y arterias, endureciéndolas (aterosclerosis) y estrechando el paso de la sangre. También puede flotar en el torrente sanguíneo, formando trombos. Cuando una vena o arteria queda obstruida por un trombo, se produce un ictus (cerebral) o un infarto. La zona afectada queda sin riego y, por tanto, sin oxígeno (zona isquémica). Las células sin alimento ni oxígeno agonizan y mueren.

Hay que tener cuidado con los aceites. Los refinados, aunque los vendan con la etiqueta de “virgen”, también han sido hidrogenados, por su exposición al calor. De manera que cualquier aceite refinado y cualquier aceite que haya pasado por el calor (frito) es grasa hidrogenada. Lo ideal es consumir aceite virgen de primera presión en frío (por medios únicamente mecánicos). Esto asegura la calidad de la grasa y su función beneficiosa para nuestro cuerpo. En la comida, mejor que freír es cocer al vapor, hervir, asar y luego aliñar con aceite crudo, antes de servir. ¡Cuidado con los fritos! Cada vez están saliendo más ollas y cazuelas especiales para cocinar al vapor, sin aceite y sin necesidad de tanto tiempo de cocción. Se puede comer sano y muy sabroso.

Remedio y alternativas


Es urgente cambiar los hábitos de alimentación. Muchos lo hacemos porque hemos sufrido algún susto, ojalá muchos otros lo puedan prevenir y evitar.

Un cambio de dieta cambia el metabolismo y el cuerpo es muy agradecido: en pocas semanas se nota la diferencia y las células y los tejidos se van regenerando. Uno de los cambios más espectaculares de una alimentación sana se produce en la piel: aparece mucho más joven y lozana, tersa y de buen color.

¿Qué comer? Muchos vegetales, fruta, cereales siempre integrales, semillas (frutos secos y otras). Con mucha moderación, huevos de granja, pescado y carne ecológica. Evitar al máximo el pan y la tríada letal. Limitar el consumo de lácteos (de esto hablaremos otro día). Un buen naturópata experto en nutrición os indicará cómo comer bien disfrutando de la comida sin tener carencias nutricionales.

Además del qué comemos es importante el cómo lo comemos. Nada de engullir ni devorar a toda prisa: masticar con calma, comer lo justo, en un horario ordenado, sentados en una mesa, en buena compañía y sin nervios, sin telediarios ni discusiones. Se trata de compartir, saborear y paladear tanto la comida como el momento con las personas que comen contigo.

Si lo hacéis, notaréis cambios, incluso emocionales, desde los primeros días. Eso sí, ¡tened perseverancia! Vuestra vida y vuestra salud se lo merecen.

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